Basado en la historia verdadera de un grupo de niños de una villa flotante al sur de Tailandia, llamada Koh Panyee, este filme nos enseña un ejemplo de superación y espíritu constructivo.
A mediados de los ochenta, los jóvenes de Koh Panyee sufrían viendo a sus ídolos del fútbol por televisión. Ellos no podían jugar este deporte porque vivían en un pueblo muy pequeño construido en madera sobre el cauce de un río. Allí, cada metro cuadrado valía oro. Era inimaginable poder tener un campo de fútbol.
Pero el Mundial de México fue motivando día a día a estos niños, hasta tal punto de que, incluso aguantando las burlas de sus vecinos, decidieron construir un campo flotante con tablas viejas de madera y restos de barcos. Dicho campo estaba lleno de clavos y astillas, la pelota se iba al agua con demasiada frecuencia y tenían que jugar descalzos, tres impedimentos que les hicieron desarrollar unas habilidades fabulosas y una técnica excepcional que pronto darían sus frutos.
Un día llegó a Koh Panyee una notificación de un campeonato local, la “Pangha Cup”, y se apuntaron. E incluso los vecinos, que nunca confiaron en su idea, hicieron una colecta para comprarle ropa deportiva al equipo. En dicho torneo, contra todo pronóstico, llegaron a semifinales, y eso que jamás habían competido contra nadie. Su tenacidad les hizo convertirse en el orgullo de la aldea y del país y dejó un legado impagable de superación y espíritu constructivo.
Hoy, el Panyee FC es uno de los equipos juveniles más laureados de Tailandia. De hecho ha logrado el título del Campenato de Juveniles del país en siete ocasiones: 2004, 2005, 2006, 2007, 2008, 2009 y 2010. Una historia que demuestra una vez más que las grandes cosas se logran a partir de pequeños aportes y mucha perseverancia.