La pandemia y el aislamiento forzoso que vivimos en los últimos años acrecentaron un fenómeno de desconfianza que ya se encontraba en el ambiente: las personas confían cada vez menos en las instituciones, los medios oficiales y las industrias. A pesar de que nuestra manera de comunicarnos unos con otros a través de redes sociales y diversas plataformas se ha expandido con pasos agigantados, nuestra disposición hacia los demás se ha vuelto más estrecha y mucho más selectiva ¿por qué? Porque ha crecido nuestra desconfianza.
Pero, ¿es esto un problema? La verdad es que sentir desconfianza y actuar con prudencia en nuestras interacciones sociales puede ser una conducta protectora bastante efectiva, pero no podemos ignorar el hecho de que “la confianza es el lubricante y el pegamento para cualquier compromiso público que funcione bien, y es un ingrediente imperativo para las asociaciones en la industria, la educación y la comunidad. La confianza (o la falta de ella) afecta todo lo que hacemos.”
Entonces ¿Cómo podemos recobrar o reconstruir las confianzas perdidas? Este interesante artículo de la plataforma Pursuit (Persecución) de la Universidad de Melbourne, nos hace reflexionar en el valor de la confianza desde cuatro dominios centrales: confiabilidad, integridad, capacidad y benevolencia; y en la importancia que tienen estos dominios en nuestra conducta a la luz de los principios éticos que nos guían en momentos de duda o incertidumbre.
Les invitamos a leerlo con atención, porque si bien se aplica muy bien a la experiencia que hemos vivido con respecto a la emergencia sanitaria del COVID-19, la crisis de confianza va más allá de estas circunstancias y nos plantea un desafío constante como sociedad.
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